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Óscar

  • Foto del escritor: Lucio Mammana
    Lucio Mammana
  • 5 feb 2020
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 20 ene

* (video al final del texto)

Recién me sentaba en el banco de la placita. Relajando las piernas después de un día de pura subidas e insolación 'bahiana'. Ya era tarde, no sabía dónde iba a dormir y cómo carajo iba a conseguir alguien que me llevara hasta la isla sin pagar desde ese 'pueblito choto'. Pero estaba famélico. Y como primero lo primero, abrí la alforja delantera derecha de la bici dónde siempre tengo todo el 'kit' para cocinar. Y apareció "Óscar".


Se acercó pasito a pasito y entre pausitas. Desde la calle, movimientos cuidadosos mientras esperaba que yo levantara la vista y el silencio frágil del afuera se quebrara. Como ya lo habían hecho nuestros conscientes, unos segundos antes tras el reojo. Y claro... 'como si en realidad no nos hubiésemos visto', en una calle vacía a la luz del único faroL que denegrecía el pueblito en medio de la mata. Esa noche sin luna, de oscuridad profunda, como es siempre donde el humano todavía es tan diminuto que parece que la historia del mundo recién hubiese empezado.


Oi! - me dice mirando la bicicleta.


Yo no tenía ganas de hablar con nadie. Estaba agotado, mugriento, con hambre y con sueño.


Oi - respondo rápido mientras invento una mejor cara...y agradezco que en portugués exista una palabrita tan cortita para saludar.


Imagínense el resto de esta parte como les guste, pero la cuestión es que: A los 5 minutos estábamos charlando de los afectos y desafectos a la vida.


En el fin del mundo siempre me es más fácil hacer amigazos, quizás por una noche y para nunca más. Pero por unas horas es tan auténtico el espíritu fraterno que a la palabra amigo no queda otra que agrandarla. "Amigão" dirían los amigos de por allá...


Óscar estaba feliz pero algo me presentía que casi siempre era triste. Se encantó con la historia del viaje y me preguntaba por la guitarra. Yo me hacía el 'boludo' y esquivaba su interés por el instrumento. Quería comer e irme a armar la carpa para dormir rápido. Ni ganas de desarmar todo para tocar unos temitas...


Pero Óscar no era 'rompebolas'. Más bien una cantidad de dulzura superlativa! Y no exagerada. Insistió hasta que yo ya no podía negarme más en traerme una "farofinha" (harina de mandioca) y un buen vaso de jugo para que comiera con el arroz. Fue y volvió de la Iglesia Evangélica a media cuadra, dónde el hacía medio año que vivía. Al rato pasó un hombre por la calle, Óscar lo paró y le pidió que me dejara armar la carpa en el patio grande de su casa, ahí atrás del alambrado del lado. 'El cara' accedió al instante alegre de ayudar. Y viendo mi bici y mi pinta lleno de tierra como un náufrago terrestre, por intuición añadió que la mañana siguiente estuviera listo a las 9 30 en el puerto. Le iba a decir a sus amigos que me llevarán de "carona acuática" ('dedo acuático') hasta la Isla de Boipeba, mi próximo destino. Óscar en 15 minutos me había condimentado la comida, el cansancio y mi logística de cómo llegar a esa isla de improvisado sin gastar un mango como quería y necesitaba.


Entre preguntas que nos hacíamos la charla se hizo tan amena que me olvidé del cuerpo, salvó los oídos. De un momento al otro me conecté a Óscar y él relató su historia: Cómo cuando era joven había sido un gran músico, profesor de guitarra. Sus palabras le declaraban el amor incondicional al instrumento que yo, como un nene gruñón, todavía tenía resguardado en la bicicleta a nuestro lado. Me contaba, y vaya a saber porqué, que había tenido varias desgracias en su vida. Hasta que en la Iglesia Evangélica a media cuadra había encontrado a Dios y había dejado de sentirse totalmente solo en este planeta.


Óscar me preguntó si yo practicaba alguna religión. Le dije con tono de ingenuidad que 'No'. Un poco disimulando mis "fuertes críticas de antaño a las religiones", pero un poco también de verdad, porque me sentía ingenuo al ver que esas críticas tan severas en el testimonio de Óscar perdían gran sentido. Se resquebrajaban y necesitaban ser nuevamente replanteadas.

Solté los ganchos del portal alforjas, desenfundé la guitarra y Óscar la tomó regocijándose como si le diese un recién nacido. Óscar era guitarrista, profesor emérito y, tras vaya a saber qué, ya no tenía guitarra.


Tocó un tema, le pedí más porque me encantaba y porque sabía que él quería mucho y mucho más. Las cuerdas eran sus venas entre cada comienzo y fin. Se tocó varios y a mí ya ni me importaba si al otro día ni había descansando. En un momento me dijo que iba a tocar el último porque en la iglesia ya estaban por cerrar y no iba a poder entrar. Óscar tocó varios grandes clásicos de la música brasilera, algunos propios y dejó para el final 'el más especial', como él dijo. Acordes sencillos y entonó la letra de un canto "al señor" y "a Jesús". Con los ojos cerrados, su expresión de éxtasis 'rockera' se tiñó de seriedad, quizás del recuerdo de su pasado, de lo duro que puede ser eso que dicen que es tan simple que es 'la vida'. Cuando terminó abrió los ojos como si se hubiese redimido. Hizo una pausa, me miró a mí, al camino que lo llevaba a la Iglesia y volvió a sonreír.


Me deseó unas tiernas buenas noches con algunas bendiciones. Y me recordó que por favor al día siguiente antes de subirme al barco pasara por su stand en la esquina a ver sus artesanías. Porque como el decía "toda la vida he sido artista".


Al otro día pasé bien rápido, antes de que se me fuera el barco. Me vio y sonrió muy fuerte. Es todo lo que me acuerdo porque a los 2 minutos apareció un tipo y me dijo que saliera ya mismo corriendo al puerto porque en un minuto se me iba la 'carona', y encima ya me habían cargado la bici a la embarcación y no iban a esperar. En el apuro Óscar me pidió que alguna vez vuelva a pasar por Torrinhas y que no me olvidé de él... Salí corriendo y Óscar se sentó en su silla atrás de su stand con maquetas y artesanatos a una cuadra y media de la Iglesia Evangélica, en una aldea/pueblito recóndito en la 'Costa do Dendé' en Bahía.



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