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De este lado de la ventana (*)

  • Foto del escritor: Lucio Mammana
    Lucio Mammana
  • 19 oct 2023
  • 31 Min. de lectura

10: 18 am:  llego a la parada de “inicio de recorrido” (según información oficial de la empresa Coniferal SA) de la línea urbana de colectivos 34 de Córdoba Capital: cantero medio en Boulevard Chacabuco al 750.

Veo señalizado que por la misma parada también pasan otras líneas. Hay otras cuatro personas dispersadas alrededor. Lo primero que hago es abrir la aplicación “Tu Bondi” para ver por dónde viene el 34 y así estimar cuánto tendré que esperar. Pero por hacer este intento casi “se me pasa”. El bondi aparece de repente frente a mí a los pocos segundos de haber iniciado la app. Por eso creo que entro al colectivo en un rapto desmesurado por la puerta delantera. Subiendo las escaleras con prisa llego al último escalón y me enfrento inesperadamente a una chica de alrededor de unos 30 años[1]. Lleva un bebé en sus brazos y por sus gestos y posición interpreto que está esperando que yo me termine de subir para luego poder descender en la misma parada por esa puerta. El chofer había frenado unos cinco metros más adelante de donde yo estaba en la parada esperando. Eso me había desconcertado, por un instante había pensado que me iba a dejar. En parte también es por eso que subí “a las apuradas”. Pero al ver a la chica, recaigo en que quizás el chofer en realidad había frenado más adelante a propósito, para evitar que yo subiera antes de que bajara la chica. No lo sé, es una hipótesis. Ya sea por una u otra que frenó más adelante, igualmente yo subí antes de que bajara ella. No la había visto. Y tampoco había pensado antes de subir en la posibilidad de que hubiese alguien pretendiendo bajar por esa puerta, quizás porque “lo usual” es que se descienda por las puertas traseras del colectivo y no por la delantera. Igual reconozco que “sé” de antes, que personas mayores, con bebés, con problemas motrices, etc. pueden y de hecho usan la puerta delantera para descender, pero puede que no tengo ese “conocimiento” tan incorporado a mi habito práctico al tomar el colectivo, ya que como no me pasa muy seguido de encontrarme alguien bajando por adelante, a pesar de “saberlo” -por ejemplo, si me lo preguntaran-, en la praxis mis movimientos no siempre parecen demostrar estar contemplando esa posibilidad, y menos si me subo “apurado”. O puede que en realidad sí tenga ese “habitus” de ser más prudente al subir al colectivo, pero que la secuencia frenética de estar mirando el celular en la parada + pensar repentinamente que “se me pasa el colectivo” + colectivo que me frena lejos, influyeron en que “me olvidara” de ser más cauteloso al subir. Pero al subir, ni la chica ni el chofer me dicen nada verbalmente, la comunicación se da de otra manera. Por un lado, la chica, al encontrarnos en la cima de la escalera, con su mirada siento que me está diciendo algo como ‘che iba a bajar’, entonces le hago espacio para que pase y ahí ya me mira con un gesto en su rostro que me resulta más amable que el primero, como diciendo ‘gracias’ sin decirlo, y entonces baja. Y por otro, el chofer, en lugar de haber arrancado rápido apenas subí -como suele pasar muchas veces-, ha dejado el colectivo detenido por unos segundos. Seguramente porque estaba al tanto de que la chica iba a bajar cuando yo terminase de subir. Al mismo momento que van pasando todos estos actos, en mi mente voy pensando todas estas hipótesis de por qué está pasando todo así. Las hago y pienso todas en ese instante, mucho más veloz, superpuestas y hasta abrumadoras que su transcripción en este párrafo. Esto me hace acordar a la descripción del urbanita de las metrópolis modernas que hace Simmel en “La metrópolis y la vida mental”, caracterizándolo por la gran intensidad de estímulos nerviosos a los que está expuesto simultáneamente en el cotidiano. Finalmente atino a pedir perdón, pero la chica ya se está bajando. Pienso que al menos me pude disculpar de otras maneras: con mi cuerpo al frenarme de golpe cuando la vi, con mi mirada perpleja y delatadora de una especie de “uy discúlpame por subir así”, más otros movimientos exagerados que hice buscando generar rápidamente espacio suficiente para que descienda cómoda, de modo de subsanar mi torpeza inicial hacia ella. 

Paso la tarjeta por el lector. Tengo saldo. El chofer arranca. Siento que acelera el coche demasiado brusco considerando que algunxs estamos paradxs. Entonces doy los primeros pasos por el pasillo dividiendo mi atención, mitad en decidir donde me ubicaré, mitad en mantener el equilibrio. El colectivo viene semi-lleno: solo tres butacas libres en las últimas filas y unas seis personas paradas. Busco rápido el último asiento individual disponible que está encima de la “lomadita” que forma el piso en la parte que está por encima de la rueda. Pienso que es un lugar con ciertas ventajas para poder ponerme a registrar sin pudor: por no tener nadie sentado ni parado justo al lado, que me pueda incomodar al escribir. Además, estoy casi al fondo, un poco más alto que el resto de lxs viajantes por la “lomadita”, de modo que solo con alzar la vista puedo ver cerca del 80% del espacio del colectivo, faltándome solo los últimos dos metros que están por detrás de mí. Aunque también pienso que igual no es tan así, porque salvo las pocas personas de pie, al resto solo le veo sus espaldas. Y me pierdo así poder observarles el rostro, y con ello información potencial para observar en un lapso acotado de tiempo. Porque lxs pasajerxs de un colectivo urbano suben y bajan constantemente, con suerte en un viaje “largo” unx puede llegar a compartir el trayecto con algunxs personas como mucho por una hora. Así que no sobra el tiempo para “observarlas”. Y, además, si “observar” etnográficamente también incluye “oír”, el colectivo tampoco parece ser el lugar “óptimo” para “observar personas oyéndolas”, porque el ruido del motor, sumado al bullicio de la ciudad que entra por la ventana, más el ruido de quienes hacen ruido, casi que no me permiten escuchar mucho a pasajeres en específico, salvo aquelles que justo estén sentades o parades “cerquita” de unx. Además, la gran mayoría no habla, y pienso que les que hablan en un colectivo suelen ser: alguien que sube acompañadx, alguien que se encuentra con otra persona arriba del colectivo, alguien que le habla al chofer, alguien que manda un audio de wp, y escasamente alguien que hace alguna llamada durante el recorrido con su celular. En el colectivo urbano, sobre todo en la zona céntrica de la ciudad, es como que reinan los ruidos en forma tumultuosa, pero también es como que estos se convierten en una forma de “silencio” al tapar -y así volver poco descifrables- las fuentes singulares de sonido, salvo algunas excepciones como alguien que está ubicade muy cerca de une. Toda esta reflexión me nace álgidamente cuando me siento en el asiento con el desafío de “observar” y “tratar de ir escribiendo algo”, momento inicial en el que me percato de que, en parte, es por todo lo dicho que en este contexto se me dificulta saber por dónde, qué y cómo empezar a registrar.

Entonces saco la libreta de mi bolsillo. Pero no. Al instante la vuelvo a guardar. Pienso que acá lo digital me conviene, como antídoto contra mi pudor, y porque será más cómodo para escribir en movimiento. Entonces abro el bloc de notas de mi celular.

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Pasaron 2-3 minutos desde que me subí. Ya estamos en el cruce entre la calle Maipú y la Av. Emilio Olmos. En tres paradas el colectivo se ha vaciado más de la mitad. Antes de cruzar Bv. Illía se bajaron en su mayoría jóvenes veinteañeres. Me gustaría dar más detalles individuales de estas personas, pero todo viene pasando tan rápido en el colectivo que no llego a registrar nada más de estas antes de que se bajen. Al mismo tiempo, constantes ruidos, movimientos, e imágenes nuevas, aparecen por fuera de la ventana. Pienso que es complicado porque hay mucho que se podría registrar, pero todo pasa tan rápido que escribiendo es muy poco lo que realmente pueda llegar a “registrar”.

En las dos paradas de la calle Maipú, antes de llegar a la calle Humberto 1°, ya habiendo pasado Bv. Illía, es decir en el “centro” (antes de Bv. Illía aún es barrio “Nueva Córdoba”), se van bajando unas 10 personas en total, pero a diferencia de las que conté que bajaron en las paradas anteriores, ahora casi todas parecen de bastante mayor edad: más de 40 años. La mayoría -siete- son mujeres.

Al llegar a la calle Humberto 1°, solo queda un señor de alrededor de 50 años sentado en la segunda fila de asientos. Tiene poco cabello, viste un pantalón jogging y un buzo tipo “canguro”, ambos de color azul bastante desgastados, pero sin roturas.  Por lo que le dice al chofer (no entiendo las frases que se dicen verbalmente, pero reconstruyo la idea por el comportamiento de su mano y el ruido que me llega al fondo), deduzco que le avisa que va a descender en la próxima parada por la puerta de adelante. Por el aspecto de su cuerpo, voluminoso, y por como ubica sus piernas alrededor del asiento –no en paralelo sino bastante separadas como si se estuviera sosteniendo-, y por la forma lenta que mueve sus extremidades, sumado a que parece que no se va a levantar para descender por la puerta trasera, más el hecho de que está sentado “adelante” (sector para personas con prioridad) intuyo que tiene dificultades de movilidad.

En simultáneo me da la sensación de que en el semáforo en Maipú y Humberto 1°, la atmósfera visual-sonora está menos turbada que en las primeras cuadras recorridas apenas me subí: Las calles son más anchas y, si bien aún hay muchos autos circulando, estos parecen más espaciados entre sí. Además, se ven pedazos de cielo más grandes que lo poco y nada que antes dejaban entrever los edificios altos. En el colectivo solo quedamos 3 personas: chofer, el señor de adelante y yo. También ya se ha desvanecido la intensidad de un perfume que había invadido intensamente mi olfato apenas subí, momento en el cual también me había sacado la bufanda y el chaleco que llevaba puestos porque dentro del bondi hacía mucho calor. Porque es como una pecera móvil andando rudamente por las calles de la ciudad, con su clima, su olor y sus peces entrando, sacudiéndose y saliendo.

Al llegar a la esquina de Humberto 1° y General paz ya no queda nadie. Pienso que ahora sí parece "re-iniciarse" el recorrido, aunque en el mapa oficial de la empresa y de la municipalidad, la parada de este sector está en el tramo intermedio del “viaje oficial” del colectivo (según el mapa de la app “Tu Bondi”). Yo me lo tomé antes, en el “inicio oficial” que dice “Tu Bondi”, a propósito, creyendo que quizás iba a haber una correlación entre “inicio” y una especie de “inicio” de la vida social que pasa en el colectivo, pero quizás a los “mapas” y a los “recorridos”, como lo discute De Certeau, sea mejor no confundirlos. Quizás tendría que haberme subido como “inicio” acá donde estoy ahora (partiendo de que mi intención principal era focalizarme en el registro de la interacción social y no el simple movimiento físico de un objeto llamado colectivo). Pero a la vez pienso que gracias a este contraste entre lo esperado y lo encontrado es que se me aparece esta reflexión. Y bienvenida sea.

Al llegar a la parada que se encuentra a metros de la esquina entre Av. Colón y calle General Paz ya se han empezado a renovar les pasajeres. Hay más de diez personas arriba del colectivo. También cambian los choferes. El que venía manejando se corre del asiento y despide con un abrazo a otro que acaba de subir. Baja del colectivo y se va caminando por la calle con un bolso color negro colgado sobre su hombro y que le cruza el torso. De repente es como que pierde todo su “poder” al cambiar de contexto social. Adentro del colectivo siento que en algunos aspectos “el chofer” tiene un estatus jerarquizado por encima de los pasajeros. Puede decidir cosas que los pasajeros individualmente solo le pueden pedir o reclamar. Él tiene las manos en el volante, los pies en el pedal, abre y cierra las puertas, tiene uniforme, etc. Abajo se mezcla en la multitud de personas que caminan por la vereda, y al observarlo caminando en ese contexto me parece “una persona más”,: con el mismo “estatus” espontáneo que cualquier sujetx de la muchedumbre que anda presurosa por la calle General Paz. De todas maneras, un análisis detallado seguramente devela numerosas diferencias de “poder” entre los sujetxs individualizados de la muchedumbre en “la vereda”. No obstante, mi sensación no niega eso, sino que a vista de pájaro –amplia y fugaz-, a la muchedumbre en la vereda la percibo como una gran masa en la que no alcanzo a identificar lógicas claras de jerarquización entre individuxs. Aunque sí las haya, como por ejemplo a partir del género, infiero que en general en ese contexto se suceden con un carácter más espontáneo, inconscientes, implícitas, dinámicas, acotadas; a diferencia del “colectivo”, con un rol planificado de antemano, con un fin, consciente, manifiesto, que perdura, que diferencia al “chofer” frente al resto que son lxs pasajerxs.

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A medida que avanza el coche registro algunas situaciones:

Delante mío está sentada una señora que estimo de unos 50 años, de la que solo veo su cabellera amarilla y que lleva un buzo celeste, y escucho como cada uno o dos minutos estornuda. Dos asientos atrás míos, un hombre de unos 40 años habla por teléfono. Cuando quiero empezar a entender de que está hablando justo corta la llamada. Tampoco podía entender mucho antes porque el colectivo hace mucho ruido. A veces parece que se le desarmara alguna parte. Mientras intento prestar atención pasa una ambulancia con la sirena al lado de mi ventana. Al colectivo cuando frena le chillan un poco los frenos. Cuando arranca el motor parece más el de un camión viejo subiendo una subida que el de un auto. No es ni uno ni otro sonido, pero siento que se aproxima más al primero. A la mitad de la fila de asientos dobles del lado derecho, una mujer de unos 35 años con un chaleco de paramédica y pantalón azul tipo “cargo” va con una nena de unos seis años sentada al costado. Adelante, justo atrás del chofer, en la fila de asientos individuales del lateral izquierdo del colectivo, hay una situación parecida: una mamá con un niño sentado pero esta vez sobre su falda, y que todo el tiempo habla cosas que no entiendo, salvo un “maaa” que se repite bastante seguido. Parece que está aprendiendo a hablar y estimo que tendrá unos 3 años. La mamá le responde bien conciso, resumido y sin elevar mucho el volumen de su voz cuando su hijo le habla. Después parece tratar de mantener como cierta discreción, sin interactuar verbalmente más de “lo imprescindible” con el niño, en el sentido de responder lo que le dice, pero sin extender ni generar nuevos motivos de charla. En la misma fila, pero más al medio (tres asientos adelante mío) hay otra señora que estimo en unos 50 años con una bolsa de esas tipo “ecológicas” para hacer compras que le cuelga del brazo derecho junto a una cartera. Estos objetos es como que por el momento tan solo la acompañan como accesorios, como los aritos que lleva en la oreja, tal que mientras la posición del brazo se encargue de sostenerlos alejados del piso, la consciencia de su mente puede abstraerse en otras cuestiones. De hecho, tiene la mirada fijada en la pantalla del celular, cerca de su cara, a unos 20cm, con los brazos medianamente recogidos. Seguidamente intercala esta postura con movimientos en que lleva la parte de abajo del celular a un centímetro de su oreja, de manera que el plano frontal del aparato forma una perpendicular con su cabeza. Todo esto me hace pensar que hace este movimiento porque de lo contrario no oye bien. La primera vez que la veo hacerlo pienso en la posibilidad de que lo haga para que otres no escuchen lo que dicen los “audios” (como suelo hacer yo en situaciones similares), pero entonces descarto esta posibilidad porque así mismo, a pesar de acercarse el celular a la oreja, continúa escuchando el mensaje en “altavoz”. También envía algunos mensajes de voz, poniendo en la misma posición al celular respecto a su cuerpo, pero en este caso acercándolo a su boca. La escucho alto, pero no entiendo lo que habla por el ruido que hace el colectivo, que es como si borrara los detalles de la conversación.

Llegando a Plaza de las Américas el colectivo se zarandea con unos pozos y deformaciones de la calzada durante media cuadra. Desde el fondo, enfocándome en las cabezas de la decena de pasajeros que veo sentados adelante mío, observo que estas se mueven de un lado al otro como si fueran un grupo de medusas danzando. Como medio gelatinoso el movimiento. Ni brusco ni que parezca resultar muy ameno a las mentes portadoras de esos cuerpos.

El colectivo es de la empresa “Coniferal”. Los colores naranja y amarillo me suenan familiar porque así son los que me suelo tomar desde mi casa para ir a la facu. Por fuera se lo veía “limpito”, como de “nuevito”, pero por dentro tiene bloqueada con una cinta roja y blanca de “peligro” la puerta de descenso del medio, donde está la máquina que facilita el ascenso/descenso de personas en sillas de rueda. Quizás es por esto también que la chica del bebé que me crucé cuando subí al colectivo se había querido bajar por adelante. Es decir, quizás no solo fue que yo subí apresurado y desatento, sino que también influyó que la puerta del medio por donde ella podría haber descendido con comodidad estaba deshabilitada. Capaz que como dice Simmel en el texto “La metrópolis y la vida mental”, en la vida metropolitana, pensada como inscripta en un organismo altamente complejo (la metrópolis), todo adquiere necesariamente una enorme precisión que de no cumplirse puntualísimamente amenaza con volver a la estructura de este “organismo” un caos inextricable. Claro que mi situación con la chica no fue un “caos inextricable”, hubo “solución”, fácil y rápida, pero igual generó una complicación en la coordinación de los elementos del cotidiano. Es decir, que por más insignificante que haya sido, parece que las ideas de Simmel igual vienen al caso.

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Un señor de unos 60 años que venía desde el centro se baja en la Av. Vélez Sarsfield tras pasar el puente de la calle Cruz Roja. El ambiente externo ya está un poco menos ruidoso. Y ahora a los protagonistas de mis sentidos se suma uno nuevo: el tacto. Se siente el Sol en la vista, en la piel de mi cara y en el calor que genera la radiación directa en la superficie de mi buzo.

Un cartel ubicado por encima del parabrisas del colectivo dice en letras negras y mayúsculas "descenso por puerta trasera". Otro detrás del conductor dice en naranja "prohibido conversar con el conductor". Dice "conductor", no “chófer”, aunque yo siempre le digo “chofer”, pero pienso que “conductor” tiende a quitarle el carácter jerárquico que tiene la palabra “chofer”. Además -y quizás más importante-, es menos abstracto para referir “al que maneja” y, en efecto, para la eficacia de un mensaje sobre aquello que “alguien que maneja” no debe hacer, más allá de que ese “que maneja” en este caso sea indefectiblemente también el “chofer”. Aunque acá “el que maneja” (el conductor) coincide indefectiblemente con quien también tiene el rol de “chofer”, igualmente no son tan sinónimos como puede llegar a pensarse. En resumen, no es lo mismo "prohibido conversar con el conductor” que "prohibido conversar con el chofer”.

Atrás, sobre la puerta trasera, un póster explica las opciones online para cargar la “Red Bus”. Hemos salido de la avenida y ahora estamos yendo por calles de barrios. Más angostas, con más autos estacionados que circulando, entre casas y no entre comercios como hasta recién. El bondi acá parece medio ridículo: como gigante, tal que estéticamente, según mis estereotipos de lo lindo y armónico, no pega ni con cola con las demás geometrías, colores y tamaños, de objetos y espacios del barrio. Similar a imaginarse una ballena nadando por un río, medio extravagante. Sin embargo, también me da cierta ternura ver gente que se va bajando y que parece en su mayoría estar regresando a sus hogares.

Atrás mío hay cuatro personas, pero no me animo a darme vuelta para “observarlas”. A mi altura, en la fila doble del lateral derecho del colectivo, un chico está con el celular en la mano como “scrolleando” y atrás de él una chica va leyendo un libro. El chico escucha música sin auriculares. Es como un rap medio hip hop. No reconozco el artista. Pienso en esos colectivos que tienen filas de asientos enfrentadas que siempre me ponen incómodo porque a veces no sé para donde mirar sin parecer que estoy mirando a alguien, de modo que cuando me encuentro en esa situación suelo enfocar mi mirada hacia abajo, como si en mis piernas hubiera algo interesante que lo demás no saben, sumada a que me cuesta poder distraerme de esa incomodidad que siento. En cambio, en este colectivo es como que el espacio está físicamente espacializado de modo que ese tipo de interacción potencialmente incomodadora no puede suceder: Todos los asientos apuntan hacia adelante, por ende, se anula la posibilidad de estar sentade frente a frente con alguien y pensar que lx que está al frente piense que le estás mirando o pensar que lx que está al frente te está mirando. En efecto, en este colectivo, desde el asiento en el que estoy puedo mirar las cabelleras de quienes están sentades adelante mío todo lo que quiera sin que se enteren que les estoy mirando. Pero también me pierdo mucho al no verles el rostro ni sus miradas, sobre todo oportunidades de interactuar con elles.

Unos minutos más tarde el colectivo entra a un barrio aledaño a la Circunvalación, con la que colindan algunas casas por medio de una calle de tierra que las rodea.  Las casas en general son de tamaño mediano (10 a 15m de frente), de cemento, con revoque y pintura al estilo estético de lo que yo suelo identificar con un “barrio de clase media”. Colindando con uno de los puentes de acceso a la Circunvalación que se encuentra en una de las esquinas del área geométrica que cubre el barrio hay un espacio verde de unos 100m x 100m en el que como paisaje predomina el color amarillo por el pasto seco, con varios sectores salpicados de blanco por restos de bolsas de plástico desperdigados.

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Cruzamos el anillo de Circunvalación por debajo de un puente. El colectivo empieza a circular a mucha mayor velocidad de lo que lo había hecho hasta ahora. El asfalto es de un azul fuerte y brilloso. Parece nuevo, debe ser nuevo. Por el contraste, de la velocidad, del ancho de la calle y del tamaño de los edificios alrededor, respecto a lo que venía experimentando hasta ahora, da la sensación de estar como “saliendo” de la ciudad. Además, ya no hay ningún pasajerx paradx y la mitad de los asientos están libres. Dos asientos delante mío está un joven de tez blanca, lleva un jean azul que no está gastado y que parece tener poco uso, una campera azul decorada con líneas rojas y blancas en la parte del cuello y que parece "de marca". Va con un apunte A4 anillado en la mano. Se me hace que va repasando. Además, repetidamente se lleva la mano al mentón y se rasca la cabeza. Parece estar un poco ansioso. Paralelo a la ruta, del lado izquierdo hay una colectora y detrás de esta se desprenden cada cien metros calles -en su mayoría de tierra- con veredas de pasto seco. Entremedio hay una ciclovía que va paralela a la ruta. A medida que avanzamos, los barrios de la margen izquierda que voy viendo parecen irse volviendo materialmente más precarios, poco ostentosos, aunque las casas en general siguen siendo de material y tamaño “mediano” (frentes de alrededor de 10metros) y de una sola planta en su mayoría.

Pasamos frente al campus de la Universidad Católica de Córdoba. Se bajan el chico que estudiaba y la chica que leía. Arranca de nuevo y ahora vamos a gran velocidad por la ruta. Quizás 80-100 km/h. Ya no predomina mucho el sonido tipo “de camión” que decía antes, sino el que hace el roce del pavimento con los neumáticos a toda velocidad. Es más agudo y continuo que el otro. Siento que me relaja más. Quedamos 7 personas en el colectivo: tres mujeres y cuatro varones adultxs. Disminuye la velocidad y dobla a la derecha en un barrio que colinda con un descampado que, en cuanto a materialidad del espacio, marca abruptamente un final de la urbanización y el comienzo de extensos campos sin construcciones. El barrio está compuesto en su totalidad (al menos según lo que llego a ver) por casas medianas –aprox. 10m de frente- con la particularidad que todas tienen idéntico diseño y están pareadas en hileras a lo largo de largas cuadras separadas por calles de tierra bien anchas (como de 10m cada una) y donde a los cuatrocientos metros de haber ingresado aparece una gran manzana sin casas que parece una plaza. Hay muy pocos árboles grandes, y los que hay están muy dispersos en el espacio físico. Las casas solo varían según el color y algún que otro detalle constructivo. Todas parecen tener en sus techos tanques de agua de color blanco sobresalientes –protagonistas al observar el paisaje-, en muchos techos también relucen termo-tanques solares, de modo que al mirar hacia arriba estos objetos conforman un paisaje visual con una geometría particular repetida por cientos de metros que se me torna ineludible como paisaje visual característico del barrio.

Entonces llegamos a la “punta de línea”. Esta vez el “final oficial” (el del mapa) parece coincidir con el de la interacción social en el colectivo (el recorrido). Como no sabía que en esa parada se terminaba me quedo unos segundos solo arriba tras bajarse lxs últimxs pasajerxs. Entonces el chofer me dice que allí termina, me pregunta si me pasé de donde tenía que bajar, le digo que no, que vine porque estoy haciendo un trabajo de la facultad y ahora quiero tomar el coche que regresa.  Me dice que entonces me tengo que bajar y tomarme el 34 que ahora sale al centro desde la parada que está al frente. Entonces hago lo indicado. La parada está al lado de un predio que parece ser de uso exclusivo de la empresa Coniferal, que intuyo por un cartel en el acceso que parece indicarlo. Cubre un área de 40m x 40m, está alambrado y tiene dos colectivos estacionados adentro. La parada contigua tiene un techito con un cartel que dice "Coniferal". Me resulta curioso cómo se entrecruzan “lo público” y “lo privado”. La “parada” como espacio al menos yo la entiendo como “público”, pero “el techito de Coniferal” parece ser más bien un objeto “privado”, aunque articulado, en función, y funcional, a “lo público” (la parada), con uso y fines “públicos” pero con intereses e inversión de capital de “privados”. Me pregunto entonces, ¿qué tipo de “lugar” es esa “parada pública con techo privado”? ¿Existe realmente tal dicotomía entre “lo público” y “lo privado”, o es que el proceso subyacente es más complejo que los significados más usuales de dichos significantes en el lenguaje cotidiano?

En esta “primera” parada se suben 9 personas. Todas mayores de 25 años y me arriesgo a decir que la mayoría más de 30. En general parecen estar yéndose a “trabajar” más que a "cursar a la universidad". Especulo esto último no solo por la edad que parecen tener, sino porque además casi ningunx lleva mochila, también porque muches van vestides como recién aseadxs, con el pelo brilloso y vestidos con ropa “semi formal”, de aspecto limpio y con prendas que “combinan”. Cada tanto además se sienten leves brisas de olor a perfume y desodorante de diferentes personas. También influye en mi juicio - que son en parte estereotipos que reproduzco-, el "tipo" de barrio que construyo en mi mente con lo que observo. Al parecerme un barrio de lo que suelo llamar de “clase media-baja”, por la forma de las casas todas igualitas, especulo también que es más probable que la gente de esas edades, con esas características y habiendo subido en ese barrio esté yendo más probablemente a “trabajar” que cursar a la universidad. Me da un poco de vergüenza pensar y más aún escribir esto porque siento que es un pensamiento bastante “clasista” y prejuicioso –en el sentido de poco fundamentado. Pero al mismo tiempo pienso que si luego quiero profundizar analíticamente en mi observación, mis prenociones también deben exponerse críticamente para poder desarrollar una objetivación de mi propia participación y no solo de la otredad que observo. Una vigilancia epistemológica de mi propio sentido común.

Muy pocos saludan al chófer al subir en fila. Casi ningunx. Una vez sentadxs nadie habla con nadie. Una mujer de unos 30 años sube después con un bebé y dos niñas. Van les cuatro apretujades en la segunda fila de asientos dobles. Saliendo del barrio retomamos la ruta. El campo que colinda con el barrio se extiende por más de un kilómetro a lo lejos. Está todo pelado, el suelo es de color marrón y su textura aparenta una cosecha reciente. Si levanto la vista más allá del final del campo, en el horizonte se ven las sierras chicas.

A los pocos metros de retomar el asfalto en la ruta veo un cartel inmenso (10m x 5m aprox.) como propaganda de Schiaretti para su candidatura a presidente.

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11: 30 am. Me bajé en la parada sobre la ruta a metros de la entrada a “La Católica”[2]. Nadie más se bajó conmigo y en la parada solo había una chica que subió al colectivo. La parada está a 50 metros del portón de acceso a la UCC, porque el campus parece ser un predio de decenas de hectáreas rodeado por un alambrado. El portón es de color azul, con una garita al costado que parece tener la función de alojar a unx "guardia” que controla el acceso, pero como tiene vidrios oscuros y cortinas no lo puedo verificar. Y del lado de afuera al menos en los primeros veinte minutos tampoco veo ningún “guardia”. El acceso parece “abierto” porque entran y salen autos sin que nadie los frene. También veo que hay un colectivo de Coniferal de la línea 30 que cada 15 minutos entra y sale desde adentro del predio de la UCC. Muchos de los vehículos que salen (quizás un promedio de 1 de cada 4) son camionetas 4x4 de modelos de apariencia relativamente nuevos (no más de 10 años). También, entre los modelos de autos que entran y salen, los que más percibo que se repiten son Sanderos, Ethios y Peugeot 208, entre otros. Por el momento, de los primeros cerca de treinta autos que he estado observando salir/entrar, el más "viejito" ha sido un Renault Megane estilo modelo 2005-2010. En la mayoría (8 de cada 10 aprox.) se ve conduciendo gente joven de aspecto de tener alrededor de 20 años. En la mayoría de los autos va una sola persona dentro. Infiero por todo esto que se debe tratar en su mayoría de estudiantes. Cada vez que el semáforo de enfrente se pone en verde, en promedio entran al predio unos 5/6 vehículos.

Al lado de la entrada un cartel vertical de unos 5 metros de altura, color azul y con letras blancas, dice “UCC: Universidad Católica de Córdoba”. Detrás del alambrado hay un parque grande con el césped seco, pero prolijamente cortado, en el que se dibujan franjas de medio metro paralelas y semicírculos en sus extremos. Intuyo que debe haber sido algún tractorcito de esos que cortan el pasto. Espaciados por radios de unos 20 metros hay árboles, en su mayoría pinos, algunos en hileras. Con “pinta de “nativo” (porque no soy experto en botánica) veo algunos que otros, pero son casos muy puntuales. En la calle de ingreso, a unos 50m atrás de la entrada hay un guardia apostado al margen que observa los autos que entran. También cada tanto entran algunas personas en moto, aunque en lugar de seguir hasta el fondo estacionan en un espacio a la derecha a unos 50m tras ingresar al predio. Parece gente que viene a trabajar u otra cosa, pero no parecen estudiantes. Los que parecen estudiantes siguen por la calle unos 300m más al fondo donde se ven edificios. A la derecha hay un grupo de dos "jardineros" podando un árbol y cargando los troncos en un carro tirado por un tractor. Llevan uniforme que consiste en camisa, pantalón y gorra verdes, y botas de cuero negras. Atrás de ellos también parece haber una torre con forma extravagante. Parece un tanque de agua. Tiene una base de 4 patas con formas de flecha, que se unen a la base de una columna central de unos 15m. Soporta una estructura cuadrada de 5mx5m que parece un tanque de agua. La calle de entrada está bordeada de faroles espaciados cada 30m. Cien metros más atrás hay un pequeño estadio de basket y voley. Es un rectángulo de 50x50 rodeado de tribunas de unas seis filas de asientos cada una. Detrás de este hay una cancha de rugby y por detrás de esta última veo como cinco canchas de fútbol 11. Todo esto se ve incluso desde la calle pública de afuera antes de entrar o cuando pasas en el colectivo. Es como la fachada de la UCC.

En la vereda al lado del acceso estoy solo. Los autos entran y salen constantemente. Tras media hora veo salir las primeras personas caminando. Una mujer y una adolescente de unos 15 años. No se van a tomar el colectivo. Se van caminando por el sendero de cemento que bordea la calle y se aleja de la UCC paralelo a la ruta. Por como hablan, siento que no tienen "acento de clase media". Nuevamente me gustaría evitar exponer mi juicio de clase sobre otrxs. Pero exponerlos creo que ayudan a que puedan ser objetivados, complejizando el análisis de la interacción social al poner en el tablero la genealogía de mis intuiciones y prejuicios de sentido común: como por ejemplo haberme criado en esta ciudad en una zona de la ciudad de clase media-media alta cuyo significante más común es “zona norte”, que no suele referir tanto al territorio geográfico en sí sino a los sectores de alto poder adquisitivo que habitan muchos barrios de esa “zona”,  al que personas de otras zonas de la ciudad de menor poder adquisitivo o que simplemente no sienten simpatía con ese sector llaman de “chetos/as”. En este sentido, en mi experiencia como ciudadano de esta ciudad, intentando darle un formato más analítico, tengo la hipótesis de que en parte el acento es un marcador de estereotipos de clase social que opera a modo de estigmatización. Estereotipos que yo también a veces pongo en práctica como en estos ejemplos y cuya aparición me llaman a la auto-reflexión.

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Paso el acceso y entro caminando al predio por el pasto al costado de una calle que tras unos 300m llega al núcleo de edificios del campus. Estos son en su mayoría de ladrillo visto y tienen alrededor de 5 pisos. Alrededor de los mismos hay varias playas de estacionamiento bastante llenas de autos. No completas, pero con pocos lugares libres. No pude contarlos, pero estimé más de 80 autos estacionados sumando los dos sectores de playas de estacionamiento que vi. En cada uno hay unx guardia vigilando la zona mientras vaga entre los autos.

Paso por “el bar” del campus. Todo se ve muy limpio (reluciente, organizado, acomodado, nuevo). Tiene una galería con unas seis mesas de dos metros de largo cada una, son de madera con barnizado oscuro sobre patas metálicas pintadas de negro, al igual que los bancos que las rodean. Alrededor hay muchos árboles que dan sombra a otros bancos ubicados al costado de los troncos. Del otro lado del bar hay otra galería con hamacas individuales, de tela colgadas de las vigas del techo, tipo sillón para sentarse. Hay dos jóvenes usándolas mientras conversan con dos jóvenes más que están sentados en sillas de madera a sus lados. También veo por un gran ventanal que da al parque, que hay un salón techado al lado del bar con al menos dos mesas de Ping Pong y más mesas blancas atrás con sillas a su alrededor. No veo nadie jugando al Ping Pong. Los tachos de basura en los alrededores tienen todos bolsas de consorcio que parecen colocadas recientemente. Ninguno está que se rebalsa. En el parque también hay varios postes para poner a cargar el celular. En las mesas del bar hay tres grupitos de tres a cuatro personas sentadas, pero son más las mesas que están vacías. El ambiente caminando entre los edificios me resulta calmo y silencioso, salvo por un reggaetón que suena desde adentro de “la librería” (según dice un cartel en la puerta) al lado del bar.

Frente a la parada de colectivos que está adentro de la UCC, que está a un costado de donde están los edificios, hay un cajero "Santander". La parada está “impecable”: es grande, unos cuatro metros de frente y tres metros de profundidad. Conformada por una fila de asientos de madera barnizada en perfecto estado y vidriada por completo en las paredes. Tiene luz en el techo y un tacho de basura adentro con bolsa casi vacía. En el vidrio de atrás hay pegado un afiche a color de la empresa Coniferal que tiene un diseño de letras y colores que no me parecen para nada disruptivos con la sensación estética que vengo sintiendo al caminar por la UCC. Es difícil describirlo, pero parece elegante a la vez que amigable, y dice: “Sabías qué? Después de las 12hs ingresamos al campus de la UCC con la línea 34 para ir al centro / Volvé a casa con la línea 34”.  A cien metros de la parada hay dos coches de Coniferal estacionados en el sector de estacionamiento de la UCC. Todo este contexto me da una sensación de que “lo privado” de Coniferal se nota más cuando es en el marco de la UCC, y lo que tiene “de público”, por ser una empresa que maneja el “transporte público”, se le nota menos. Se me viene la cabeza el porqué de tanta propaganda servicial y “buena onda” de Coniferal para la gente que se lo toma en la UCC. Quizás son los prejuicios míos que sesgan mi comparación: al estar en el predio de la UCC con la prenoción de que ando en una zona que da servicios principalmente a sectores de “clase media-alta y alta”. Pero también, tratando de pensar más allá del “prejucio”, al menos por mi experiencia tomándome colectivos en otras partes de la ciudad, no recuerdo haber percibido tanta buena predisposición de la empresa cuando se trata de paradas en barrios o zonas de circulación “más populares” que el predio de una “universidad privada”.

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Llegan justo unxs ocho jóvenes a la parada. Mitad chicos y chicas. Conversan sobre una ficha médica, de a dónde tienen que llevarla. Un chico de unos 20 años me pide fuego y me dice "gracias pa". Lleva remera negra ajustada, pantalón negro tipo jogging y zapatillas blancas limpias y bastante brillantes. Tez blanca, cabello corto, color marrón claro, y corte rapado a los costados. Una chica de unos 23 años delante mío tiene el pelo rubio que me parece teñido, jean azul y botas de cuero altas. Lleva un bolso rosa. Gracias al celular puedo ir punteando todo esto sin sentir incomodidad ni generar mucha sospecha de qué estoy haciendo en mi celular.

Nuevamente vuelvo a pensar que quienes nos estamos por tomar el colectivo en esa parada tenemos bastante indicadores típicos de posiciones socioeconómicas bastante superiores que la gente que vi subirse unas horas antes en el barrio de la punta de línea del 34. Diría que casi en su totalidad llevan ropa que parece “nueva”, en general con diseños particulares, nuestra tez es blanca en todos los casos, salvo dos chicos que es más bien “trigueña”. Las zapatillas, no logro registrar todas, pero la tendencia de marcas es abrumadoramente mayoritaria de diseños tipo “Converse”, “Vans”, otras. Contrasta con quienes se habían subido en el barrio, donde la tendencia general era ropa con diseños más genéricos, menos apariencia de ser “de marca”. Igualmente siento que estaban vestides como con más “prolijidad”, como un poco más parecido a lo que se suele decir “formal”. En general usando botas de cuero, borcegos o zapatillas deportivas. Reitero que todo esto son tendencias generales en cada caso. Había casos diferentes en cada grupo de personas, pero fue muy poco el tiempo para registra unx por unx así que solo decidí puntear lo que me parecían tendencias generales. Transcribiendo el registro, reflexiono que quizás tendría que haber intentado prestarle un poco más de atención a esos casos más disruptivos con las “tendencias”.

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12 50 pm. El colectivo de la línea 34 llega lleno a la parada de la UCC. Lxs q nos subimos vamos parados. La gente sentada viene toda callada. Adelante hay una joven de unos 45 años con tres niñxs, que son quienes más ruido hacen. Tres personas sentadas en la fila de asientos individuales llevan anteojos de Sol. Otres van con auriculares viendo el paisaje como abstraídos. Un chico de gorra, lentes y auriculares sentado mira el paisaje y tararea una canción. Este colectivo es diferente a los de antes. No tiene puertas al medio para personas en silla de ruedas. Atrás mío tres chicos que subieron en la UCC discuten parados sobre lo que consideran que es la “Realpolitik”. Según la dirección de la brisa que corre por momentos en el bondi se sienten diferentes olores, algunos de perfume. Hay varios. Uno es pesado, me hace acordar a “señora mayor”, aunque no logro identificar quién lo emana. Cuando arranca el bondi, entra el aire por las ventanas y me alivia, como si el oxígeno reemplazara al perfume.

Llegando a la Circunvalación se siente olor a asado. Creo que había alguna parrilla al lado de la calle, pero no la llegué a ver. Me dio un poco de hambre. Hay mucha gente sentada y parada en el colectivo. Entre los tres chicos que hablaban de la “Realpolitik”, ahora uno les cuenta a los otros que este fin de semana se vuelve a Salta.

Leo un poster pegado en la ventana que dice "para una mejor circulación del aire “MANTIENE ESTA VENTANILLA ABIERTA / Entre todos podemos cuidarnos / Coniferal SA”. El papel y la tinta están bastante desgastados. Tiene borde amarillo anaranjado como el color oficial de Coniferal.  Hay otro poster color azul firmado por la Municipalidad de Córdoba que dice “recomendamos el uso de tapabocas” y muestra con gráficos cómo y cuándo usarlo. Otro, pegado a la pared dice “por favor baja la mochila” y un gráfico también indica cómo hacerlo.

Nuevamente en el colectivo hay como un 70% de mujeres. Hasta ahora todes les niñes q vi fue con mujeres a cargo. Ni un solo caso con varones a cargo. Siempre, mis prejuicios sociales, estéticos y culturales me traían inevitablemente la idea a la mente de que parecían gente de “clase media baja”.

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Gran parte de la gente que viaja parada (unas diez de trece personas que alcanzo a contar de pie), miran fijo el paisaje tras la ventana. Parecen inmóviles, salvo por las vibraciones y sacudones que va induciendo el colectivo. No siento que tengan gestos de entretenides, tampoco de aburrides: ni sonrientes ni fastidiades. Entonces reflexiono que “el viaje en el bondi” en sí se expresa en los gestos explícitos de las personas como si estas estuvieran en un “stand by”, en un pasaje, entre la vida antes de subir, y la vida una vez se bajen. Como si por ese rato toda la existencia se redujera, no a un estado, sino a un pasaje entre estados. El de la acción en el lugar antes de subir y el de la acción en el lugar de descenso. De esta manera el colectivo es tan solo un “transporte”, ni más ni menos que eso. Pero en una especie de segundo plano -no expreso-, hay vivencias que no comunican lxs viajantes pero que las viven intensamente cada une hacia adentro, con extrema reserva. El colectivo se convierte en un lugar en el que se intensifica el grado de discontinuidad e intensidad de los estímulos externos que excitan los sentidos de les sujetes. Caos oloroso, acústico, visual y hasta de tacto. Pero el primer plano de interacción, el que se revela al mirar a lxs sujetxs en aparente “stand by”, los hace parecer imperturbables. Por eso es que, salvo excepciones, la gente -incluido yo escribiendo en mi celular- parece despierta y dormida en simultáneo, como el chico que ve el paisaje apoyado contra la ventana con una postura corporal estática y casi indistinguible a la que tendría si estuviera dormido, pero en realidad veo que tiene los ojos abiertos (despiertos), y en efecto también las narices, los oídos y el tacto. Mucho más de lo que parece está pasando adentro de los cuerpos. Y un adentro tumultuoso. Hay comunicación con el otrx pero no hay intención de hacerle saber al otrx que estamos comunicados, que lo estamos mirando, oliendo y escuchando y tocando por más disimulados que seamos. Una chica que está cerca mío se está comiendo un chicle. No lo vi, pero lo olí, y comprobé que era ella viendo como sus cachetes se movían con ritmo repetido por un largo rato. Actuamos como si nos fuera indiferente. Incluso ahora que el coche está repleto, en cada parada la gente que circula te roza todo el tiempo, pero salvando que alguien te choque, hay un buen margen de reglas implícitas para el contacto físico en el que nadie responderá nada si “lo tocan”. Al bajar en la vereda, esos “márgenes” ya serán otros. El colectivo puede que sea un espacio de pasaje entre lugares, un “transporte”, pero también parece ser un mundo propio de este lado de la venta.

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En las paradas de Nueva Córdoba se baja la mayoría de quienes subimos en La Católica. Pasamos por Chacabuco, donde hoy a las 10 20am “inicié el recorrido”. Suben dos mujeres adultas con nenes chiquitos vestidos como para ir a la escuela, aunque quizás están “volviendo” de la escuela. Sus mochilas tienen decoraciones. Ya estamos en “pleno centro” de nuevo: me da la impresión de que ahora, entre los edificios, la gente mira menos por la venta al estilo de “mirando la nada pensando en todo”, como sí venía percibiendo antes de entrar al centro (tal como describí unas líneas más arriba). Entonces me propongo mirar por la ventana para probar qué siento, y noto que me resulta menos placentero que antes. Ahora, afuera, hay mucho “lío”: demasiados autos y motos ruidosas, gente vendiendo cosas en la calle, negocios de todo tipo que ni alcanzo a leer de qué, carteles arriba, al frente, al lado, en la vereda, edificios que tapan el horizonte... Para la curiosidad puede resultar ameno por un rato, pero si venís cansado –como algunes que venían desarmados contra la ventana al lado de sus asientos- me parece que mirar por la ventana más bien te termina de agobiar del todo.

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Ya de vuelta en la zona de Mercado Norte, próximo a la parada en que me bajaré, vuelvo a reflexionar sobre el “inicio” del recorrido. Por lo observado añado a mi reflexión inicial, que el "inicio" y el "final" vienen mucho más condicionados por la dinámica socioeconómica inscripta en la geografía de la ciudad y no así por la banderita arbitraria de "inicio" y "final" de recorrido que muestra la app "Tu Bondi”.

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Me bajo en la parada pasando Humberto 1° y General Paz a las 13 45pm. El colectivo se queda frenado unas decenas de segundos. Me quedo viéndolo como si “el bondi” y “la gente” fuesen una sola cosa. La estructura física siendo como una manguera con gente fluyendo desde la puerta de entrada, por la que suben en fila unas veinte personas hasta la puerta de descenso trasera por la que junto a mi bajan otres diez individues. Al cerrar sus puertas rebana el flujo de gente que queda en la parada y se carga una renovada masa de gente para seguir “viaje”.

Fin de la observación.

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(*) "Observación" realizada en el marco del cursado de la materia Antropología en Contextos Urbanos de la Facultad de Filosofía y Humanidades - UNC

Fecha: martes 19 de octubre de 2023

Lugar: Colectivo Línea 34 de Coniferal, en su recorrido de ida y vuelta entre “puntas de línea”: Iniciando en Bv. Chacabuco a dos cuadras calle abajo de Plaza España. Parada intermedia de una hora y media en campus de Universidad Católica de Córdoba con breve recorrido a pie por este espacio. Fin al descender del colectivo de regreso en esquina de las calles Humberto Primo y Av. General Paz. Ciudad de Córdoba, Argentina.

[1]   En todos los casos de esta redacción, las “edades” (en años señalados) que estimo, son aproximadas por mí según el rango de características de aspecto principalmente físico -sobre todo piel, postura, pelo y vestimenta- que yo observo brevemente y correlaciono con una persona de determinada “edad”. Sin verificar en ningún caso. Y que son acorde a estereotipos que construyen socialmente mi subjetividad para pensar las “edades”.

[2] “La Católica”: termino que suelo usar coloquialmente para referirme a la Universidad Católica de Córdoba.

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