3 Reales por Kilo, entre lo pseudo y lo que no
- Lucio Mammana
- 7 oct 2020
- 16 Min. de lectura
Actualizado: 2 ene 2023
El siguiente texto es una crónica de mi experiencia personal ocurrida entre Junio y Noviembre de 2019 cuando vivía en Río de Janeiro [al final se detallan las referencias y links de los datos, estadísticas y citas en el texto marcados con *]:
La tarde luce calma en la ‘Av. das Américas’. Espero el semáforo en mi bicicleta y una pareja cruza cargando una sombrilla. Un ruido grueso me frena al lado. Es un camión militar con una
decena de soldados. Se ve parte de sus rostros de varios colores. Quietos, callados. Tienen pasamontañas, cascos y armas largas entre sus rodillas. Aguardan lo mismo que yo en la bici, tras el paso peatonal que la pareja va dejando por la vereda, en uno de los barrios más refinados de Río de Janeiro. Intento razonar mi agitación: “Los señores del camión se encargarán de que por
acá todo siga tranquilo”.
Pero un presagio fugaz es como si me hipnotizara, sobre lo que acaso pase en un rato, si del lado sórdido del morro algún estrépito de esos fusiles se ‘pierde’- como le dicen- en los pasillos escalonados, silbando hasta algún cuerpo inocente. Como el de ‘Evaldo dos Santos Rosa’(*1), el músico acribillado hace dos semanas por diez soldados con 83 balazos, al lado de su esposa y sus dos hijos cuando iban a un ‘baby shower’. “Por error” fue la explicación de los de verde por la macana que se mandaron. Y en Río, ocho de cada diez veces -casi siempre- el que muere es de color negro, cuando las balas salen de policías militares, aunque solo cinco de cada diez ‘cariocas’ es ‘preto’. Disparidad que Arundo, sociólogo e historiador de Angra dos Reis, me explicó hace unos días: “Tiene trasfondo de ‘racismo estructural’ y otro de ‘racismo institucional’”. Que no son menos racismos que el ‘racismo’.
Acá no se puede andar sin torcer el foco hacia arriba. ‘Rascando los cielos’ hay montañas en las
que el verde brota indomable entre casitas y conquista todas las cimas. Y yo no sé. No sé si estoy entrando a la ciudad 'maravilhosa', como muchos dicen, donde la naturaleza todavía manda, a una zona de guerra -como otros repiten-, o qué. Se enciende el verde y a pedalear. Por hoy me conformo con no entender, que aquí la categoría típica para designar las aglomeraciones humanas necesita varias notas al margen. Tal vez una crónica…
MIÉRCOLES POR LA TARDE, las playas de Ipanema y Copacabana parecen desconocer los días de la semana. Los turistas varían, pero siempre están repletas de ‘cariocas’. En la arena, a cada instante, decenas de pelotas saltan por los aires como pururú en una sartén, rebotan en pies, pechos y cabezas, de hombres y mujeres, campeones mundiales del ‘futevôlei’. En el agua, hay quienes surfean en las puntas de ‘Leme’ y ‘Arpoador’, después de bajarse del metro a cinco cuadras. Atrás, entre la rambla y la playa, en ‘la orla’, los más elegantes toman agua de coco, cervezas o ‘caipirinhas’ en algún bar ‘quiosque’ bien arreglado. Si son cariocas, luego de unos
tragos olvidan la modestia. Le suelen dar sonido a su orgullo - y qué importa lo que digan los paulistas envidiosos- de pertenecer a ‘la ciudad más maravillosa del mundo’. Así le llaman muchos y los que como yo andamos por esa zona de paseo, al ritmo de la Bossa Nova o la Samba que resuena en los bares, luego de ver al Sol ponerse suntuoso tras el ‘Morro Dois Irmãos’. Todo es muy bueno, fabuloso, sí, sí, sí, ¡maravilloso! Los bares, el metro y las calles decorados por trenzas coloridas y la expresión sexual de los locales. La hora poco importa, sea medianoche en los arcos de Lapa o pleno día en el posto 9 de Ipanema, siempre alguien me deja boquiabierto con el ‘arte de mover el culo', gesticulando las nalgas al tempo del ‘Funky’, el baile de favela.
ARRIBA, LA MARAVILLA, el ‘Cristo Redentor’. Universalizado en las postales por el mundo. Acá omnipresente en el cielo, como los helicópteros militares pero en silencio y sin balazos. Por la noche el humanoide gigante brilla a seiscientos metros de altura en la punta de un morro cubierto
de selva. Embellece la oscuridad por igual, de los afortunados, en la ‘Zona Sul’, y de los relegados, en la ‘Zona Norte’. El helicóptero, en cambio, sosiega el cielo del sur y aterroriza el del norte. Asimismo, una de las cadenas de supermercado más grandes de Río se auspicia con la fanfarronería de quienes les tocó el lado privilegiado. Su nombre, por todas partes: “Zona Zul: Cariocas de Coração”.
En Río, la policía militarizada ‘UPP’ circula en móviles: Un oficial conduce y otro en el asiento trasero sostiene su arma sobresaliendo por la ventanilla, apuntando ‘al aire’ de la vereda. Sí, en la puerta se lee ‘UPP’ -‘Unidade de Polícia Pacificadora’- y otra vez me siento confundido. Oscilo

entre el significado de la última sigla, y el escalofrío que me traspasa cuando ando en paz por las veredas y pasan con sus fusiles apuntando por un instante hacia donde estoy parado. Comento esto con gente. Algunos entienden la rareza, pero otros insinúan que soy muy bobo, o ingenuo, porque yo pienso que eso es la definición de la palabra ‘hipocresía’ en el diccionario. Uno me cerró la conversación pero no la boca diciéndome: “Mejor pedir perdón que permiso”...Ghandi, en cambio, decía: “No hay camino para la paz. La paz es el camino”.
EN LA ‘COMUNIDADE’ -FAVELA- DE TABAJARAS disfruto de una de las mejores vista de Río. Hace unas semanas que alquilo un cuarto arriba del ‘Morro dos Cabritos’. Pago la tercera parte que los de abajo en Copacabana, y techo, gas, agua y luz hasta ahora nunca me faltaron. Me estoy
acostumbrando a ver a diario un sujeto cara de nene con una ametralladora cruzándole el pecho. Está parado de Sol a Sol, al lado de una chapa oxidada que tapa un rectángulo siniestro en la
pared, rodeado de grafitis sin sentido estético. ‘UPP é ditadura’, dice uno. La escena está siempre morro arriba, tras el último escalón de los 160 que van en paralelo a un canal a cielo abierto, por el que bajan, hasta el afamado barrio de abajo, ratas del tamaño de mi antebrazo y chorros de agua cuando hay lluvia tropical. "Eehh gringo!" (*A) me suele decir el jovencito armado y con una sonrisa. Porque soy blanco y porque un día me vio pasar con una canasta y un papel que decía ‘alfajores de maicena’. Se acercó de golpe y me asusté un poco, hasta que asomó la cara en la bandeja preguntando "que é isso?". Adrenalínico, yo, le di uno chiquito de prueba. Meneando la mandíbula exclamó "mmmm gostoso" y se rió de mi ‘portuñol’ preguntándome “você é argentino?”. Mientras asentía más tranquilo le ofrecí uno de los grandes, aunque todavía me distraía el arma que le colgaba. Le puso punto final al encuentro, con voz y cara de bueno: "Não, quero não, vai vender cara" (‘No, no quiero, anda a venderlos flaco’).
Sin embargo, todavía hay tardes que al pasar con los alfajores no responde a mi apocado “oi”. Parece preocupado y su mirada me escanea de ‘arriba abajo’, mientras yo paso huidizo, como sin mirar mucho. Suele coincidir que está acompañado por dos muchachos y un ‘handy’ que no para de resonar ondas AM. Son bien cuidadosos, para ubicarse justo en el punto ciego de quien apunta para arriba desde abajo de la escalera, por donde bajamos todos y cada tanto aparecen los de la ‘UPP’. Porque como dice el nuevo gobernador Witzel: "El protocolo es claro: si alguien está portando un fusil, tiene que ser neutralizado de forma letal" (*2). Además se lleva bien con el presidente Bolsonaro, que estos días expresó que “los muchachos morirán en la calle como cucarachas" (*3). Los mandatarios aseveran que el camino es la "política de confrontación", en lugar de "inteligencia, integración y planificación": La receta de la "mano dura" que tiene la misma vejez que el conflicto mismo y por el momento los únicos logros son el incremento de la pila de muertos y el surgimiento de violentas milicias paramilitares. En junio de 2019 se está batiendo un récord histórico, 855 muertos en manos de la policía en un semestre (*4). Es por eso que ‘los muchachos’ de la escalera se esconden con tanta cautela.
El ‘moleque’ (‘niño/pibe’) gana unos reales aventurando a los confines su corta vida: Vigila si viene la ‘polícia’. Mientras tanto los pesos pesados del ‘Comando Vermelho’ siguen con su negocio y él un día de estos se muere rápido por un balazo de ‘un agente armado del estado’, como se da cada 5 horas en el estado de Río de Janeiro. Y si no, por ahí, con suerte, puede que se convierta en uno de los cabecillas de la favela. Por entonces ya no será el ‘soldado’ que vigila y me mira con esa hinchazón vanidosa. Yo lo veo todos los días, y todos los días ruego que no sea el último que lo vea, aunque no tiene idea de que por dentro ‘el gringo’ piensa eso. Cree hacerme creer que él es ‘el narco’ mientras yo paso cabizbajo porque ando revuelto, de pena por él y de rabia por no poder hacer nada.
Vuelvo del bar donde trabajo y es de noche. Subo en silencio un poco por el oxígeno que me suprime el ascenso y un poco para no despertar ningún recelo en los que están arrinconados arriba. Pero primero, antes de pisar el primer escalón, miro a mis costados que no ande cerca la UPP. Porque si se arma la balacera y quedo en el medio, la suerte me salve o no me salve. La policía hoy no está. Subo 75 escalones y hago una recarga de aire. A la izquierda, unas letras grandes y rojas pintadas con aerosol advierten: "Comando Vermelho”.
Adentro de otra ‘comunidade’ cercana, una pared dice: "Pow pow pow fogo na UPP" – ‘pum pum pum fuego a la UPP’-. Al principio, cuando me mudé a ‘Tabajaras’, esos escritos eran lo que más me espantaban. Hoy, después de dos meses, me pasa como a la mayoría de los que viven en la favela. Aprendí a qué hay que tenerle miedo en serio: A la ‘polícia’. Porque si te matan el 90% de los casos quedan impunes (*5). Podrán esbozar que fue una “reacción por miedo, sorpresa o emoción violenta”, frase que el Ministro de Justicia, Sergio Moro, como dicen las noticias, se está encargando de que sea ley (*6). En otras palabras, quien debe ocuparse de lo justo se está ocupando de garantizar la impunidad de los agentes que matan, lo que conlleva directamente al abuso policial, denunciado históricamente en Brasil por organismos de derechos humanos de todo el mundo. Como el que hace unos días desparramó la sangre de Ágatha Félix, la niña de 8 años asesinada por un policía militar con un tiro de fusil en la espalda, en el complejo de favelas de ‘Alemão’ en la zona norte de la ciudad. Horas después de la tragedia más de diez policías invadieron el hospital donde había sido trasladada, en el afán de llevarse el proyectil que había sido extraído de su cuerpito ensangrentado y sin vida. Tratando de borrar la evidencia del horroroso episodio policial (*7).
Hay héroes que no se callan ante lo abominable. Como Marielle Franco, la concejala negra y feminista que en Marzo de 2018 denunció los abusos policiales del 41º Batallón de Policía Militar. Esa noche publicó en su cuenta de Twitter: “¿Cuántos más deben morir para que acabe esta guerra?”. Al día siguiente 4 balazos desde un auto la callaron para siempre. Ya pasó más de un año y todavía nadie sabe nada. (*8)
SE ARMA LA GUERRA. No son ‘unos tiros’: Son tiroteos con ametralladoras y armas de calibre grueso que durarán minutos largos y horas. Hoy no salgo a vender alfajores y me quedo refugiado en mi cuarto hasta que acabe, total las explosiones suelen escucharse ahí por donde está ‘la boca’, a tres cuadras de donde yo le alquilo a Sandra, que vive en ‘Tabajaras’ desde hace varias décadas y que cuando empezaron los primeros “ta-ta-ta-ta” me tocó la puerta nerviosa: “¡Lucio! No vayas a subir a la terraza que ahí nadie sabe lo que pasa con los tiros”. Y así transcurre la mitad de mi jornada, anticipando que los próximos días el muchachito con el arma en la escalera no me saludará, si es que todavía está. Y para mí esa ‘guerra a las drogas’ es un circo macabro de enemigos inventados. Unos pocos eligen, o no, ganarse ‘el arroz y el feijão’ como traficantes y entonces son “los malos”. Otros como policías, y entonces son “los buenos". Otros no son ni unos ni otros pero vienen desde la playa a comprar la droga, entonces son los “más o menos buenos”. Yo veo esto, repaso el término ‘moral’ y es como si tuviera que volver al jardín de infantes. Me confundo, me pregunto: “¿Qué está bien? ¿Qué está mal?”. Perdón, todavía no entiendo.
A la tarde, veinte metros a la izquierda del ‘moleque’ con la ametralladora donde comienza el pasillo entre paredes sin revocar, hay un puestito de mujeres que me miran, a diario y sin

excepción, con caras de ángel. Ofrecen que me acerque al único rectángulo revocado y prolijamente pintado del pasillo, la iglesia evangélica que abre de 19 a 21hs. Cantan, repiten salmos y otras veces paso y están gritando. Parecen locos pero es que nadie los escucha, y Dios
tampoco. Pero entre ellos sí, como, salvando algunas suertes aisladas, no sucederá casi en ninguna otra circunstancia de sus vidas. Ahí encuentran un pequeño analgésico para el sufrimiento que les abate el abandono del estado y la estructura social que los margina. De cualquier manera, para el resto siguen siendo lo mismo, ‘los negros de la favela’. Y paradójicamente en la iglesia evangélica les recomiendan apoyar a un presidente demagogo, que cuando era candidato dijo que su receta para acabar con los “bandidos” era “acribillar una favela” (*9). Meses antes había declarado en un acto público: “Los negros no sirven ni como reproductores” (*10). Le costó una multa de 16mil dólares, que no impidió a su bolsillo ni a que un año después alcanzase el mayor cargo, presidente de Brasil. Por estadística, los traficantes son solo el 2% de los habitantes de las favelas de Río. Pueden ser hermanos, hijos o vecinos de los que van a la iglesia, o incluso mismísimos “ex-bandidos”, como el pastor Sidney Salles (*11), que ahora siguen a Jesús: “El buen camino”, dicen los panfletos que reparten las señoras afables en el pasillo y que ya conquistaron al 30% del gigante sudamericano.
RIDÍCULO es el escenario en la calle entrando a la favela por arriba. Los móviles de la UPP se encuentran en una esquina y a cuadra y media más adelante hay una mesa de madera a modo ‘stand de feria’. Atrás, sobre cuatro sillas, unos tipos venden cocaína, marihuana y vaya a saber que más en paquetitos listos para llevar. Quince metros al costado hay otro joven con una ametralladora resguardando el área. Parece un poco mayor que el ‘niño’ soldado de la escalera y no se esconde. En plena calle, núcleo del barrio donde hay mercadito, verdulería, carnicería, ferretería y otra personas trabajando. Como él, que trabaja de soldado. No tiene uniforme formal pero su trabajo no es tan distinto al de los oficiales del Estado que están como si no ocurriese

nada tras la curva que todos los de Tabajaras caminamos, como si efectivamente ‘no pasara nada’. Así es la mayor parte de los días, cuando nadie molesta a los que venden el producto clandestino. A unos kilómetros de ahí, en las famosas escaleras de Selarón, un mural de cerámicos dice: “Vivir en una favela es un arte, nadie roba, nadie escucha, nada está perdido. Los que son sabios obedecen a los que dan las órdenes”.
Antes de inflar el pecho para subir, muchos dejan las bicis, motos o autos abajo. En su mayoría moradores, pero es frecuente que aparezca algún fulano con pinta de gringo deambulando medio desconcertado. Como acá yo también tengo pinta de gringo, se me acercan con la típica pregunta: “¿Por dónde es para comprar…?”. Ya les contesté en portugués, en español y varias veces en inglés, cómo es que tienen que hacer para llegar hasta el “stand”.
LOS SÁBADOS A LA NOCHE, en la escalera aparecen varios jóvenes empilchados. Suben al ‘baile de Funky’, a moverse con el ritmo que identifica a la juventud ‘favelada’. A la que también se estigmatiza con tener pinta de ‘bandido’, por ser negro y pobre, como también pasa cerca de donde yo nací con la gorra, la cumbia villera, los ‘morochitos’, etc. Acá es ‘la música del negro ‘favelado’. Mientras tanto, ya oí a algunos ‘cariocas finos’ decir que ‘no les gusta porque es música que idiotiza, pero que si es para bailar cuando están borrachos entonces sí’, literalmente. Me resulta confuso, incoherente, pero no muy ajeno porque así también es en casa, en Argentina.
A LA MAÑANA, un ‘cara’ vocifera por 20 minutos en altoparlante: "50 Ovosh por 15 Reaish, 50 Ovosh por 15 Reaish,…". Bien ‘carioca da gema’ con el característico ‘sh’, va desgranando su
garganta en cada grito pero recupera el aire suficiente para aturdirme una vez más. El sonido desciende por el laberinto de paredes morro abajo. Cuando termina y ya estoy ‘re-abrazando’ la almohada aparece "o cara do gas" - el tipo del gas- que por otros 20 minutos no desiste en su clamor: "Oooo gaaash, oooo gaaash,..." – ‘eeel gaaas, eeel gaaas’…-. Por dentro no aguanto: “¡8:30am despertándome más irritado que por un gallo y el culiadazo no se calla más!”. Después de un mes la costumbre me domó y ahora agradezco que cada tanto viene a cambiarme la garrafa. (*12,*13,*14)
Hay días que estoy desayunando y aparecen monitos en la ventana probando suerte de ganarse
una banana. Y si al ratito salgo al pasillo me cruzo mucha gente yendo al trabajo y niños con uniformes escolares. Antes de bajar algunos entran a la ‘padaría’ a comprar ‘pão francês’ o ‘salgados’. Después pasan al lado del muchacho vigilando y descienden la escalera. Último escalón y ya es Copacabana. Varios buscan abajo el carro que guardan en un depósito común y con el que venden ‘milho quente’, ‘salgados’, ‘cachorro quente’, ‘pipoca’ y otras comidas por las calles y la ‘orla’.
EN EL CENTRO, en una plazoleta con olor a pis entre Gloria y Lapa, un tipo haraposo quiere vender un diccionario de lengua portuguesa de 4 tomos desde hace dos meses. Ya casi que me voy de río, volví a pasar por el lado y todavía, sobre la vereda, de tapa morada y letras bronce, sigue ilusionado el diccionario. A dos metros, sobre una manta inmunda que después usa para dormir, otro con cara de loco ofrece el ‘Guinness Records’ del ‘94. Al lado un pordiosero de pocos dientes rasca con un palito el suelo y expone sobre los mosaicos revistas viejas con tapas de mujeres desnudas. Ya está anocheciendo, y por eso varios están armando sus colchones contra las paredes del ‘Banco do Brasil’. Otros, a pesar del bullicio de los autos, ya están recostados con los ojos cerrados. Bajo mantas que parecen trapos de piso gigantes, sobre un suelo duro que ni siquiera es liso porque en Río ninguna vereda es lisa. Todo es empedrado, de restos de cerámicos blancos, negros, grises que a veces, en otros contextos, formando diseños que parecen olas dicen que queda lindo, sobre todo para los turistas que pasean en ‘la orla’ de Copacabana. Hay uno con las piernas hinchadas y mugrientas, reposando en un gran bolsón lleno de latas. Con gusto amargo voy dejando esa cuadra, que tiene más de una decena de personas echadas en el suelo. En la siguiente, dos travestis bien coquetas me distraen el pensamiento. Se asoman por la vereda y lanzan miradas agudas a los autos. Una gesticulando me saluda: “ Oi bonito!”.
EN LA MISMA CIUDAD, Nilson, de 53 años, es otro de los 15mil ‘moradores de rua’ (‘personas
en situación de calle’) que viven en Río (*15). Me contó que le pagan 3 reales por kilo de latas que junta y pisotea. Se pasa todos los días y noches escarbando basureros. En la urbe que tiene la playa más famosa del mundo, fue sede de los Juegos Olímpicos hace tres años (2016) y del Mundial de Fútbol hace seis (2014), y todos los años recarga su egolatría con el ‘Rock in Río’. A veces todo parece enamorar en esta ciudad pero a dos cuadras de la playa de Copacabana una familia entera, papá, mamá, hijito e hijita duermen en la vereda todas las noches.
LA CIUDAD ‘PSEUDO MARAVILLOSA’, donde Pedro, de 12 años, vende ‘pirulitos’ ('chupetines’) y duerme sobre un cartón en una vereda de Botafogo, el barrio de estudiantes de Río, famoso por los bares con jóvenes lindos, universitarios, para nada ‘favelados’. Algunos lo disimulan, otros ni un poco. Pero al lado de Pedro, que camina con discreción entre las carcajadas de las mesas, hasta el hippie es elegante, tomando cervezas entre miradas esquivas y fumando con estilo. Yo soy uno de ellos...
Pero bueno.
-Lucio Mammana, Noviembre 2019.
(*A) En Brasil, el vocablo "gringo" se usa cotidianamente como apelativo a los extranjeros de cualquier parte del mundo incluyendo Latinoamérica. Al comienzo me molestaba, dado el significado generalmente despectivo que tiene su uso en la Hispano-Latinoamérica de la que provengo, añadido a que entre hispano-latinoamericanos se usa mayormente para referirse a estadounidenses, canadienses o europeos. Dado mi anhelo por una Latinoamérica más unida e integrada, donde los países se consideren más hermanos que rivales debido a sus múltiples aspectos sociales, históricos y culturales en común y en interacción constante, me resultaba chocante, generador de una barrera divisoria automática de "nosotros/ustedes", cuando en Brasil me llamaban de "gringo". Sin embargo, con el tiempo fui discurriendo lo generalizado que estaba el uso de esta palabra en su lenguaje cotidiano, usando el "gringo" por costumbre y no peyorativamente, calmando un poco mi sensación molesta cuando así me apelaban. Aunque no del todo, ya que la sensación de "nosotros/ustedes" no se me deja de esconder cada vez que para ellos soy "O gringo" en vez de "Lucio"]
Referencias:
(*1) Caso Evaldo dos Santos Rosa:
(*2 ) Rio de Janeiro registra récord de muertes a manos de la policía: "(...)El protocolo es claro: si alguien está portando un fusil, tiene que ser neutralizado de forma letal", explicó el gobernador (...)"
(*3,*4 y*6) Bolsonaro espera que “los delincuentes mueran como cucarachas” con sus nuevas leyes de seguridad: "(...)Estas iniciativas parten del juez Sérgio Moro, ministro de Justicia y Seguridad que se hizo famoso como adalid contra la corrupción y en el juicio contra Lula da Silva, del que se ha denunciado su parcialidad.En la propuesta de Moro se determina que los policías puedan disparar a matar en legítima defensa siempre que sientan “miedo, sorpresa o violenta emoción”. Una definición tan amplia recibió numerosas críticas de la oposición y de movimientos en defensa de los derechos humanos (...)"
(*5) "El 90% de las muertes causadas por la policía en Río de Janeiro quedan impunes"
'Ser joven, negro, de favela y sobrevivir al gatillo fácil de la policía en Brasil':
(*7) Caso niña Ágatha:
(*8) Caso Marielle Franco:
(*9) "La receta de Bolsonaro contra los criminales: acribillar una favela"
‘Cavaremos las tumbas’: Brasil se alista para la política de seguridad de Bolsonaro
https://www.nytimes.com/es/2018/11/01/espanol/america-latina/brasil-bolsonaro-seguridad-policia.html
(*10) Jair Bolsonaro, candidato a presidente de Brasil: “Los negros no sirven ni como reproductores”
(*11) "PCC, la hermandad de los criminales"
(...) The UPP is part of a package the government promised the favelas. This package includes education, sanitation, mobility, and security. Only the UPP came [security]. Security now is much better—today fewer people die than before. Innocent or not is another story. Who can guarantee that before the UPP innocent people weren’t dying, but nobody knew? Now, if an innocent person dies, everyone knows. Journalists come, everyone comes in and says that an innocent person has died—it’s easy for the media to emphasize this now. It’s because of this we know about cases of innocent people being shot in the favelas. But who knows that before pacification this wasn’t happening and was overlooked because the media couldn’t get in? (...)
(*13) "Rio Favela Facts" (Datos y Estadísticas sobre las favelas de Río ¿Qué es una favela?)
(*14) "Why We Should Call them Favelas" (¿Por que se llaman "favelas"? ¿Por qué sí es correcto y debemos llamarlas así?)
(*15) Rio tem abrigos para só 15% da população em situação de rua, mostra levantamento: "(...) Um levantamento da Defensoria Pública do município estima que sejam pelo menos 15 mil pessoas nas ruas, mas os 63 abrigos só podem têm 2,3 mil – menos de 15% do total (...)"
Algunas páginas para conocer más REALIDAD Y MENOS MITOS sobre las FAVELAS de Río de Janeiro:
,LA HERMANDADDE LOSCRIMINALESC,LA HERMANDADDE LOSCRIMINALES
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